Uno más

(I)Si centrásemos nuestras investigaciones en los registros civiles de estos últimos años, observaríamos el demencial aumento de menores como protagonistas de tal atroces y bárbaras calamidades en ellos anotadas. Los jóvenes suponen ya un gran porcentaje de los criminales que poseen las fichas policiales más espeluznantes y aterradoras de nuestro país.


(1)Los jóvenes de hoy están rodeados de tecnología punta y ropa de marca, pero muchos de ellos sin un referente paternal a seguir. Los adultos solo aparecen en su vida tarde y mal y el poder que estos jóvenes alcanzan mediante la violencia o el orgullo es su única armadura.
Así, crecidos en una sociedad que impone el consumo y el estar sometido al estrés por ser el primero (y si es único, mejor) en inhumana competencia con el prójimo, se ven inmersos en comportamientos violentos que a todos nos aterrorizan.


(2)Se pretende que la escuela y sus sufridos maestros y maestras reemplacen lo que la familia no pudo, no supo o no simplemente no quiso hacer, en unos casos por inestabilidad personal o social y en otros por simple comodidad. Y así, adolescentes criados con el consentimiento de todo, sin capacidad para reconocer un mínimo revés o mostrar gratitud alguna, jóvenes cuyo lema parece ser el quererlo todo, ahora y aquí, son sumergidos en una gran fiesta donde el consumo y las agresiones son el elemento clave, con los únicos referentes que presenta el mundo cinematográfico.


(3)No obstante, desde la muy criticada y poco respetada Ley Penal del Menor, se incluye en la categoría de la llamada delincuencia juvenil a los menores de 18 años; antes, el límite era los 16 años de edad. En conclusión, se han incrementado los menores en un tramo de edad de dos años.
Los adultos los infantilizan, renunciando a ser responsables de su educación; y al tiempo, los criminalizan pretendiendo que respondan ante las leyes penales cual si de adultos se tratase.


(C)La respuesta al por qué de esta tan llamativa delincuencia se encuentra probablemente en la imposición de una ética individualista, donde la competitividad, autosuficiencia... priman ante los valores solidarios, fieles, igualitarios…

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