Al profesorado del sistema público de la enseñanaza le sale moho

La semana pasada, los padres del centro de enseñanza Salvador, en Jaén, se manifestaron y no llevaron a sus hijos a la escuela porque estaban indignados con el profesor de inglés, que en vez de enseñar la lengua internacional a sus hijos, se pasaban el tiempo jugando a diferentes tipos de juegos, como el micado, o las damas. Eso sí, los padres afirmaban “orgullosos” que sus hijos ya han aprendido a decir “hello” y “good bye” en lo que llevan de curso. Y no extraña que estén “orgullosos”, porque este profesor ya tiene un largo historial a sus espaldas. Desde que empezó en la docencia, ha visitado no menos de siete escuelas diferentes, y en todas ellas ha sido trasladado por las quejas de sus alumnos y los padres de estos.

La enseñanza, es un trabajo vocacional que al igual que muchos otros, no puede ser realizado por cualquiera. De esta manera, al igual que un matemático tiene que tener una mente muy abstracta y sentir vocación por las matemáticas, el profesor debe tener además de proclividad hacia la enseñaza, una cierta seguridad en sí mismo y competencias sociales. Sin embargo, la realidad no revela la misma idea. Algunos “profesores”, unos prepotentes e incapaces de aceptar un fallo delante del alumnado, y otros, temerosos e incapaces de imponerse delante su pupilo, perjudican a los estudiantes, y éstos, acaban odiando la asignatura impartida por este instructor, y no aprenden nada.

Por la experiencia que contemplo, algunos jóvenes de hoy en día tienen aspiraciones muy superiores a las de sus límites, sin embargo, al darse cuenta que su meta está por encima de sus capacidades, buscan una alternativa y en muchos casos eligen la enseñanza como segunda opción, ya que tiene buen sueldo y muchas ventajas. De todas maneras, no se dan cuenta de la inmensa responsabilidad que conlleva el ser educador. Además, las personas que acaban una carrera y no tienen a dónde ir, se inscriben en las listas de sustituciones del gobierno vasco, y así ganan dinero. ¡Total! ¡Que más da, si enseñan o no!,¡ la cosa es llegar a fin de mes!.

A pesar de la filosofía que subyace en el párrafo anterior, estos “instructores”, son temporales y fácilmente destituibles, pero ¿qué pasa cuando alguien tiene verdadera vocación por la enseñanza, tiene plaza fija, pero no sabe dar clase, o no se siente seguro? En este caso, el maestro puede sufrir depresiones, o puede hacer que el alumnado pierda un año completo en la asignatura impartida. No obstante, la culpa aquí no la tienen los profesores que se presentan para sacar la plaza fija, sino los que establecen los criterios para admitir ese profesorado, que en vez de ceñirse a las habilidades instructivas de cada candidato, ponen otros intereses como prioridades. Por ejemplo, el tener idiomas como francés o alemán da muchos puntos, en ocasiones, más incluso que la propia habilidad para impartir clases. También se puntúan otros títulos o cursos que los candidatos hayan cursado, pero en muchas ocasiones, no tienen nada que ver con la modalidad a la que el aspirante se presenta y eso no tiene ningún sentido.

Este fallo estructural, no es el único que hace que la enseñanza pública deje mucho que desear. Desgraciadamente, estos profesores que poco ayudan a los alumnos a aprender, son en muchos casos denunciados, pero como ya tienen la plaza fija, el Gobierno solo puede cambiarles de centro. De esta manera lo único que se hace es comprometer a otro centro público y no solucionar el problema. Ante un caso como el anteriormente mencionado de Jaén, la única posibilidad que un alumno tiene, es presentar quejas para que ese profesor el año siguiente se vaya a otro centro.

A diferencia del sistema público de enseñanza, la educación privada, en la mayoría de los casos, goza de mayor prestigio. Por una parte, porque el profesor, como no tienen plaza fija, se esfuerza al máximo para mantener su puesto. Además, si no lo hace o es conflictivo, directamente es expulsado y deja de ser un problema. Por otra parte, las exigencias en la enseñanza privada son más severas que en la pública, o por lo menos se ciñen a lo que buscan, y les da igual que el candidato tenga francés, alemán o una titulación en aeronáutica, si él no sabe dar una clase de gimnasia, no le cogerán. Esto hace que el nivel de los docentes suba y que en muchos casos la enseñanza privada sea mejor que la pública.

En conclusión, este profesorado, que una vez obtenida la plaza pierde toda ilusión de enseñar, no innova nuevas formas de impartir las clases, ni tampoco incorpora nuevos materiales, se enmohece por la inactividad y necesitaría motivación para salir de ese estado y convertirse en un profesor competente y útil.

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