Escribía R. L. Stevenson en La Isla del Tesoro sobre piratas, batallas en alta mar, galeones y cañones. Los tiempos cambian, pero los piratas no, y si bien han modernizado su atrezzo cambiando casacas por trajes hechos a mano, batallas por pleitos judiciales, galeones por ayuntamientos y cañones por estilográficas cargadas de tinta dispuesta a bombardear y el enterrar los tesoros para ocultarlos de los demás bucaneros, por blanquearlos para ocultarlos del fiscal anticorrupción, su esencia sigue siendo la misma, ladrones sin escrúpulos que buscan la riqueza personal sin mirar a quién pisan en su camino a la gloria, solo que el inexorable paso del tiempo los ha despojado de su aura romántica.
No es necesario irnos hasta Somalia o los confines de Internet para poder entablar combate con estos filibusteros del siglo XXI. Estos bucaneros se embarcan en barcos de nombres exóticos (Malaya, Gúrtel, Ballena Blanca…) y se lanzan a la aventura, al pillaje y al saqueo. Estos dos barcos concretamente han sido hundidos a tiempo (yo diría más bien tarde), pero ¿Cuántos más habrá por ahí sueltos ahora mismo, amontonando cofres en sus bodegas?
Lo peor de todo es que la mayoría de estos piratas son en realidad corsarios con la patente de corso en el bolsillo. Pueden manosear a su antojo en sus dominios, mientras que no llamen demasiado la atención, y no pasará nada, a ver de donde vienen sino los regalos, los enchufes y demás artimañas de la clase política gobernante (y la no-gobernante). Demasiados políticos teniendo en cuenta que vivimos una democracia utilizan el cargo para medrar. Ministros de tal y cual, concejales de cual y tal, diputados de… ¿Qué más da el cargo? Son ministros de sí mismos, concejales del egoísmo y diputados del amor propio. Alguien capaz de utilizar el dinero destinado a un polideportivo municipal, a un centro de discapacitados o a un hospital en el para construirse una finca o comprarse veinte coches de lujo, no es digno de su cargo político ni humano, al menos, desde que el sistema caciquista o, aún peor, feudalista, quedó abolido.
Otro dato a tener en cuenta es el daño que hacen los programas sensacionalistas, que todo lo banalizan, con sus tertulias sobre este problema en las que todo es cachondeo y risa, incluso participando muy a menudo alguno de estos piratillas o ex-piratillas. Señoras y señores, por favor, o nos lo tomamos todos en serio, o estos trajeados nos despluman vivos.
No con esto quiero decir que todo político esté involucrado en actividades delictivas, es más, mantengo la esperanza de que estos sean una pequeñísima minoría, pero es necesario denunciar estos hechos que están proliferando últimamente y que, además del daño que hacen a la sociedad, vulneran el buen nombre que deberían tener los políticos, teóricos guías del pueblo. Es inevitable que, tras ver al Jack Sparrow de turno ser introducido en un coche de policía, acabemos asociando política con corrupción.
Existe un sinónimo para isla poco utilizado en la actualidad: ínsula. Siendo ésta la versión patética, penosa de la genial novela del escocés, bien podemos hablar de Península (o ínsula que da pena, perdónenme los académicos de la Lengua), por lo que ésta triste historia basada en hechos reales ya tiene título: La Península del Tesoro.
No es necesario irnos hasta Somalia o los confines de Internet para poder entablar combate con estos filibusteros del siglo XXI. Estos bucaneros se embarcan en barcos de nombres exóticos (Malaya, Gúrtel, Ballena Blanca…) y se lanzan a la aventura, al pillaje y al saqueo. Estos dos barcos concretamente han sido hundidos a tiempo (yo diría más bien tarde), pero ¿Cuántos más habrá por ahí sueltos ahora mismo, amontonando cofres en sus bodegas?
Lo peor de todo es que la mayoría de estos piratas son en realidad corsarios con la patente de corso en el bolsillo. Pueden manosear a su antojo en sus dominios, mientras que no llamen demasiado la atención, y no pasará nada, a ver de donde vienen sino los regalos, los enchufes y demás artimañas de la clase política gobernante (y la no-gobernante). Demasiados políticos teniendo en cuenta que vivimos una democracia utilizan el cargo para medrar. Ministros de tal y cual, concejales de cual y tal, diputados de… ¿Qué más da el cargo? Son ministros de sí mismos, concejales del egoísmo y diputados del amor propio. Alguien capaz de utilizar el dinero destinado a un polideportivo municipal, a un centro de discapacitados o a un hospital en el para construirse una finca o comprarse veinte coches de lujo, no es digno de su cargo político ni humano, al menos, desde que el sistema caciquista o, aún peor, feudalista, quedó abolido.
Otro dato a tener en cuenta es el daño que hacen los programas sensacionalistas, que todo lo banalizan, con sus tertulias sobre este problema en las que todo es cachondeo y risa, incluso participando muy a menudo alguno de estos piratillas o ex-piratillas. Señoras y señores, por favor, o nos lo tomamos todos en serio, o estos trajeados nos despluman vivos.
No con esto quiero decir que todo político esté involucrado en actividades delictivas, es más, mantengo la esperanza de que estos sean una pequeñísima minoría, pero es necesario denunciar estos hechos que están proliferando últimamente y que, además del daño que hacen a la sociedad, vulneran el buen nombre que deberían tener los políticos, teóricos guías del pueblo. Es inevitable que, tras ver al Jack Sparrow de turno ser introducido en un coche de policía, acabemos asociando política con corrupción.
Existe un sinónimo para isla poco utilizado en la actualidad: ínsula. Siendo ésta la versión patética, penosa de la genial novela del escocés, bien podemos hablar de Península (o ínsula que da pena, perdónenme los académicos de la Lengua), por lo que ésta triste historia basada en hechos reales ya tiene título: La Península del Tesoro.
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