INOCENCIA ROBADA


Cuando era pequeña esperaba con ganas cada 28 de diciembre. Mi hermano y yo preparábamos bromas y mis padres comentaban noticias que habían oído o leído y que les parecían poco reales. Nuestras bromas eran muy inocentes y las periodísticas parecían un pequeño concurso de creatividad. Era divertido.
Unos años después me interesé por saber qué es, en realidad, lo que significa esta fecha y empecé a investigar. Me quedé sorprendida y decepcionada.

El Día de los Santos Inocentes es la conmemoración de un episodio histórico que aparece en un pasaje de la Biblia: la matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén (Judea), ordenada por el rey Herodes con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret, el que iba a ser el próximo Mesías. Su crueldad no terminó ahí, ordenó incluso asesinar a dos de sus hijos. Me resultó chocante que un hecho histórico tan cruel hubiera terminado en una serie de bromas o pequeñas inocentadas. No lo entendí.

El lunes empecé a buscar en el periódico algún titular que resultara una pequeña broma pero no lo encontré. Sin embargo encontré noticias y fotos cuyos protagonistas eran niños y niñas que por distintas razones han perdido la inocencia: escenas dramáticas en campos de refugiados, niños que viven como mendigos o son explotados como mano de obra barata y denuncias de prostitución infantil de alguna ONG. Noticias de una infancia que ha perdido la inocencia o, mejor dicho, se la han robado.

Para mí la inocencia es sinónimo de falta de malicia, de sencillez. No es algo malo, va unido a la infancia y tiene que ser así. Perder la inocencia tampoco tiene que ser malo. La vida te descubre, poco a poco, nuevas realidades y te hace menos inocente. Se llama experiencia. Lo terrible es perder la inocencia en la edad en que sólo tienes la capacidad de sentir lo bueno que tiene la vida.

Cuando volví la última página del periódico pensé que cada año es más difícil transformar la realidad en una broma. El año 2009 ha sido duro, incluso para una sociedad que lo tenía todo. Paro, crisis, guerras, corrupción… han dejado poco espacio para el humor. Hemos perdido el sentido del humor o, mejor dicho, nos lo han robado.

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