Luchemos porque sea el último


(I) La familia Prince se mudó el pasado octubre de Irlanda a South Hadley, en Massasuchetts. Phoebe, una muchacha guapa y vivaz, empezó a ir a una escuela con unos 700 alumnos, donde captó la atención de un chico de 17 años, popular, atractivo y con dotes de deportista.
Todo parecía aceptable, rozaba lo ideal, de hecho. Los dos adolescentes empezaron a salir juntos. Poco después, el chico dejó a Phoebe por otra muchacha, la cual, comenzó sistemáticamente a acosar junto a un grupo de amigos a Phoebe.
Equiparable a una película de adolescentes, este grupo de chicas atractivas y populares, denominadas también como Chicas Malas, la insultaban a voces en los pasillos del colegio, en la biblioteca, en la cafetería o en el camino de vuelta a casa. Pero en este caso, la historia no tuvo un final feliz y, es que esta ya trágica historia tendrá su epílogo con el juicio donde siete de los nueve acusados de bullying son mujeres, todos ellos presuntos implicados en la muerte de Phoebe Prince, joven que fue acosada y agredida durante tres largos meses hasta que no pudo soportarlo más y se ahorcó en la escalera de su casa, el 14 de enero pasado, usando el pañuelo que le había regalado su hermana de 12 años por Navidad.

(T) Si ya nos alarmaban las últimamente muy comunes actitudes violentas y autoritarias personalizadas en menores, hoy comprobamos que esto se nos va de las manos, creen que asesinar implica sangre y violencia sin percatarse de que tal vez uno de los asesinatos más lentos y crueles sea el incesante abuso al que someten a jóvenes sin fuerza aún para creer en ellos mismos e incapaces de ver una luz en ese trágico camino al que son dirigidos diariamente.

Este acoso que sufren los menores por parte de otros de edad similar es denominado con el término Bullying.
Últimamente, estos casos se producen muy a menudo vía Internet.
(1) A mi parecer, este nuevo modo de ataque es equiparable a la tortura para sus víctimas. Cuando sufres de bullying, los abusadores te maltratan en el colegio, el patio, la calle… Pero, en el ciberbullying, consiguen llegar hasta los lugares más personales y aparentemente más seguros de tu entorno como los son tu hogar, la casa de familiares…
El caso de Phoebe recoge además muestras de particular crueldad, pues el fuerte acoso que padeció en vida ha continuado incluso en una página de recuerdo que se le ha hecho en Internet.

(2) No obstante, lo que encuentro realmente alarmante en este caso, es que profesores o demás personal del instituto al que la joven acudía supiesen lo que ocurría día a día y no hiciesen nada al respecto. Y más aún, que en varias ocasiones en las que la madre de la víctima acudió al centro informando del maltrato al que su hija era sometida, recibiese respuestas de “no hay problema, nada de que preocuparse”.
Igualmente inconcebible me resulta que los responsables del colegio hayan optado por seguir desempeñando sus funciones y hayan rechazado categóricamente toda exigencia de dimisión.

(3) La sociedad, en la que todos nos encontramos, tarda un tiempo en asimilar los fenómenos que van surgiendo. Pero esto no nos excluye de nuestra responsabilidad, seamos empáticos. Los centros escolares son el presente de muchos jóvenes y el futuro de todo ciudadano.
(C) Y es que todos pensamos que cosas como ésta les suceden a otros, o al menos que no ocurren en nuestro entorno. Tal vez a nuestro alrededor no haya agresiones brutales, ni palizas. Pero a menudo, la huella que las risas, las humillaciones, los falsos rumores dejan resulta más dolorosa, profunda y duradera que un golpe o moratón.
¿Seríamos capaces de asegurar que a nuestro lado, en nuestra clase, ningún de nuestros compañeros está sufriendo, ninguno está sintiéndose acosado y solo?

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