OR y las hadas


Anoche cuando estaba a punto de fundirme en el abrazo de Morfeo un hada vino a mí.
Tenía una proposición para mí: a cambio de darle yo, un poco de chocolate negro Belga con un %80 de cacao, que al parecer es como la heroína de las hadas, ella me daría el don de poder escuchar los pensamientos de la gente. Parecía un trato inmejorable, una ganga, verdad? Entonces os interesara saber por qué lo rechacé, por qué no acepte la posibilidad llena de oportunidades de conocer todos lo sueños, pensamientos y anhelos de la gente de mi alrededor.
La verdad es que me gustaría decir que fue porque soy una persona íntegra y por tanto nunca podría aceptar un regalo que me diese total impunidad para invadir la privacidad e intimidad de la gente, pero la verdad es que no fue por eso, ni tampoco por el hecho de ponerme en el lugar de los desgraciados a los que en un futuro pudiese escanear el cerebro, la vergüenza que sentirían si supiesen que sabía todas sus vergüenzas y trapicheos. También medité sobre los pros: mi vena cotilla estaba tentada por la posibilidad de poder convertirme en la maruja oficial del instituto, la fuente oficial de todo chisme o rumor, pero este argumento tampoco me convenció. La idea que más me seducía era la del poder, el poder infinito e inmenso que tendría ya que al ser capaz de entender y conocer a la población incluso a los más secretistas y extraños también podría manipularlos y chantajearlos, podría llegar a ser, como dice James Cameron, el rey del mundo. Yo en mi ataque megalómano ya había empezado a diseñar mi mansión de 365 habitaciones, cuando me di cuenta de la clase de responsabilidad que acarrearía una posición así, todo lo que tendría que pensar y decidir, mi cabeza estaría plagada de pensamientos ajenos que poner en orden.
Entonces me di cuenta que lo de leer las mentes de la gente no era lo mío. Demasiada presión y responsabilidades para mí, sólo con el esfuerzo que había tenido que hacer mi mente para tomar una decisión y viendo el estrés que me había producido. Yo estoy acostumbrada a no pensar y ser simplemente una oveja más en el rebaño de multinacionales y gobiernos, dejarme arrastrar por la corriente de la vida con los ojos cerrados. No me gusta tomar decisiones, tener que decidir significa crecer. Era el hada la que me había obligado a decidir, me enfadé con ella. Mejor no aceptar, ya que después del esfuerzo hecho el que necesitaba un chute de azúcar era yo. Quizás me he equivocado, quizás ahora habría un libro sobre mi vida llamado algo así como “OR y el misterio de las armas de destrucción masiva” y sería famoso pero bueno lo hecho, hecho está.

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